martes, 4 de noviembre de 2014

Palabras

El sábado hicimos en el Consulado la entrega de los Premios "Palabras en Español", que por tercer año consecutivo entrega el Club Argentino de Australia. El premio es un concurso literario para la comunidad hispanoparlante en Australia. Se entregan premios en poesía y prosa. No me pregunten por reglas o detalles de la participación, selección o categorías. Soy diplomático, estoy mucho más para las generalidades que para la letra chica. No creo que muchos de ustedes igual estén interesados o tengan las condiciones para participar.


Por eso quiero hablar de otro tema, de los argentinos que viven en Australia. Que son muchos, como ya les conté acá - y que están desparramados a lo largo y ancho de esta isla continente. Lo que todavía no les conté es que la gran mayoría de ellos, un 70 u 80%, no lo tengo muy en claro, están acá hace décadas. Emigraron en los años '70 en el marco de una política inmigratoria polémica del gobierno australiano: White Australia. Había que poblar este inmenso país, pero con gente más bien blanquita que no les cambiara demasiado la composición racial impuesta por los británicos. Así, se le abrieron las puertas a italianos, griegos, croatas, argentinos y uruguayos, al mismo tiempo que se cerraban las fronteras a asiáticos, africanos y peruanos. Vinieron como mano de obra semi calificada - plomeros, electricistas, cerrajeros, transportistas. Y les fue muy bien.

Australia cumplió su parte, y nuestros compatriotas alcanzaron un nivel de vida muy superior al que dejaron atrás al emigrar. Trajeron a sus novias de Argentina, se casaron, tuvieron hijos, se compraron casas y las llenaron de electrodomésticos, pusieron lindas camionetas en sus garajes, se sacaron el pasaporte australiano por una cuestión de comodidad, se fueron a vivir a lugares como Toowoomba, Parramatta, Thuddungra o Narraburra. Se mezclaron, pero nunca se integraron a la sociedad australiana. Algunos ni siquiera hablan inglés. Todavía se juntan con los muchachos a jugar al truco y hacer el asadito. Sus mujeres todavía amasan las tapas de empanadas y se les pianta un lagrimón cuando escuchan una chacarera o a Gardel.


Lo importante es que son argentinos, se sienten argentinos y guardan sus libretas cívicas o de enrolamiento como si fueran un tesoro. No son argentinos como vos o como yo, no están metidos en nuestras batallas culturales del siglo XXI, no saben quién es Gilda ni Tinelly, no les importa mucho si el próximo PNA es Randazzo, Macri o Carrió y creen que el colmo de la argentinidad sigue siendo sacarse un boleto capicúa en un colectivo con trompa. Sus hijos hablan castellano con un acento raro, tienen la doble nacionalidad para darle el gusto a la vieja, pero los nietos se les rebelaron cuando los quisieron llevar al cumpleaños de 90 de la tía Nelly en la provincia de San Juan.

Tuve que dar un discurso para empezar la ceremonia de entrega de premios. Dije las boludeces que decimos los diplomáticos en estas ocasiones. Hablé de las raíces, de la importancia de mantener nuestro idioma. No es que no lo crea, es que es un poco lo que ese auditorio quería escuchar de su cónsul. Pero la verdad verdadera es que mi cabeza estaba en otra. Pensaba en l@s otr@s argentin@s en Australia, l@s que no me estaban escuchando. Porque la emigración argentina a Australia no terminó en los '70. Siguió, con más o menos impulso, en los '80 y '90. La Gran Crisis trajo una nueva oleada, y hoy en día es un goteo. Gente joven, atraída por los buenos sueldos, la relativa facilidad de conseguir visas y el sagrado sueño argentino de vivir cerca del mar.


Como ya dije, es un goteo. No se compara la cantidad de argentinos que emigran a EE.UU., España, Italia o Brasil. No figuramos en el listado de 40 principales nacionalidades que contribuyen al aumento de la población local, y no sé el número exacto (no me pidan árboles que mi laburo es mirar bosques), pero deben estar en 200-250 por año. Me da la sensación que alcanzan a mantener la población de argentinos en números más o menos constantes. Pero están, y el sábado no me estaban escuchando.

Son como universos paralelos que casi nunca se tocan, y ni siquiera se reconocen cuando coinciden en un mismo vagón de tren. Las distintas capas geológicas de migración se juntan entre sí ignorándose mutuamente. A veces, en el medio de una crisis existencial, quiero creer que vine a Sidney a algo más que tramitar DNIs y pasaportes, emitir certificados de supervivencia, residencia y antecedentes penales, comprar una central telefónica nueva, estampar visas en pasaportes chinos, indonesios o filipinos, y contestar mails sobre el pago de la tasa de reciprocidad. Tiene que haber un propósito mayor. Todavía no lo veo del todo, pero ya lo voy a descubrir.